Por Jenny Rocio Salinas Atuesta
El lenguaje es la materia prima para la construcción del pensamiento e instrumento esencial
del desarrollo intelectual, que se adquiere en la comunicación; en
ese constante intercambio entre las personas que hace posible ejercitarlo y de
ese modo apropiárselo. Pensamos con palabras; mas la adquisición de las palabras
en un hecho cultural, esto es, un producto del diálogo en el espacio social.
Ese instrumento imprescindible que es el acervo lingüístico sólo se internaliza
y se amplía en la constante práctica de la interlocución.
“La relación
entre pensamiento y palabra es un proceso viviente: el pensamiento vive a
través de las palabras. Una palabra sin pensamiento es una cosa muerta y un pensamiento
desprovisto de palabras permanece en la sombra.
Según Kaplún, las indagaciones psicogenéticas de Vygotsky han revelado
el papel capital del lenguaje en el desarrollo de las facultades
cognitivas: “El desarrollo del pensamiento está determinado por el
lenguaje (...) El desarrollo de la lógica es una función
directa del lenguaje socializado (...) El crecimiento
intelectual depende del dominio de los mediadores sociales del pensamiento,
esto es, del dominio de las palabras. El lenguaje es la herramienta del
pensamiento.
¿Cómo logra
el sujeto educando su competencia lingüística, esto es, el dominio y la
apropiación de esa herramienta indispensable para construir pensamiento y
conceptualizar sus aprendizajes? La respuesta se haya nuevamente en el lenguaje, “las categorías
de estructuración del pensamiento proceden del discurso y del intercambio”
mediante los cuales el ser humano se apropia de esos símbolos culturalmente
elaborados -las palabras- que le hacen posible a la vez comunicarse y
representar los objetos, vale decir, pensar.
A esa misma
doble función del lenguaje, alude Bruner, cuando resalta su naturaleza
bifrontal: “es un medio de comunicación y a la vez la forma
de representar el mundo acerca del cual nos comunicamos. No sólo transmite,
sino que crea y constituye el conocimiento.
Al considerar
Kaplún, el lenguaje como elemento primordial que da lugar
a la expresión personal de los sujetos educandos, invita a desarrollar la
competencia lingüística y a propiciar el ejercicio social mediante el
cual se apropiarán de esa herramienta indispensable para su elaboración conceptual; en
lugar de confinarlos a un mero papel de receptores, -indica- hay que
crear las condiciones para que ellos mismos generen sus mensajes pertinentes
con relación al tema que están aprendiendo.
La
oportunidad de expresar, es lo que realmente da lugar a la formación
de conceptos, como lo sustentan varios teóricos: Desde lo metodológico,
hay otra consecuencia importante de esta relación entre aprendizaje y ejercicio
de la expresión.
El postulado
podría enunciarse así: cuando el sujeto educando logra expresar una idea de
modo de que los otros puedan comprenderla, es cuando él mismo la comprende y la
aprehende verdaderamente. Comunicar es conocer. El sentido no es
sólo un problema de comprensión sino sobre todo un problema de expresión
(Gutiérrez & Prieto Castillo, 1991; Serrano, 1997). Se llega al pleno
conocimiento de un concepto cuando se plantea la oportunidad y a la vez el
compromiso de comunicarlo a otros.
Los educadores lo experimentamos permanentemente: cotéjese el grado de
apropiación de un conocimiento que teníamos cuando, en nuestro período de
formación, estudiábamos para nosotros mismos y el incomparablemente mayor que
alcanzamos cuando debimos transmitir esas mismas nociones a nuestros alumnos de
un modo claro, organizado y comprensible.
La humildad es otro de
los aspectos que ayudan significativamente en la intervención ante el público.
El Padre, Gonzalo Gallo reitera, que la humildad es un elemento fundamental en
la comunicación frente a grupos. Lo dice en estas palabras: “El conferenciante
debe tener humildad para vivir aprendiendo, para evitar la inflación del ego,
para aceptar las críticas y auto-criticarse. Y, sobre todo para aceptar que solo
es un instrumento de Dios.